Rabino Efraim Rosenzweig
La tradición judía parte de una premisa según la cual D’os es el punto de referencia, el eje alrededor del cual la creación gira. Porque Él es el Creador de todo lo existente. D’os es el único Ser enteramente libre que insufló su espíritu en el hombre, hecho que le proporcionó un grado de libertad que este hombre ejerce, a su vez, gracias a su intelecto desarrollado, muy por encima de cualquier otra criatura que habita la tierra. La libertad del hombre, de acuerdo a esta visión, es una consecuencia del hecho de que el ser humano fue creado a semejanza e imagen de D’os.
Más no debe olvidarse que D’os es el Ser Supremo, mientras que el hombre es una de las tantas creaciones de este D’os. Por ello, la libertad del hombre también tiene que ver con D’os. No es un bien en sí mismo sino un instrumento que debe estar al servicio de D’os. La tarea de Moisés, el gran libertador del Pueblo judío, tuvo dos aspectos básicos. El primero de ellos tenía que ver con ponerle un fin a la servidumbre en Egipto, hecho que se celebra con la festividad de Pésaj.
Pero el cese de la esclavitud era solamente un pre-requisito para el cumplimiento de la voluntad Divina que sería revelada en el monte Sinaí siete semanas después del Éxodo de Egipto.
Incluso la noción contemporánea de la libertad es totalmente diferente al libertinaje. El ser humano no es totalmente libre para hacer lo que se le antoje. Está claro, que en el ejercicio de la libertad no se debe interferir con los derechos del prójimo. Más aún, muchos consideran que existe un código, no necesariamente escrito, que coloca un límite al ejercicio de la libertad en los diversos campos, tales como la del uso de la palabra que demanda abstenerse de la calumnia e injuria verbales a otras personas.
Está claro que la libertad no implica un derecho para arrebatar lo que a otros pertenece, y así sucesivamente.
Para el judaísmo tradicional, la libertad tiene un valor intrínseco pero que es insuficiente por sí solo. La libertad tiene que estar acoplada a una conducta para hacer el bien en la sociedad. Por ello, el conjunto de ordenanzas contenidas en las Sagradas Escrituras, especialmente en el texto de la Torá y su complemento contenido en el Talmud, constituyen un recetario para la aplicación de la libertad a las actividades humanas.
En otro nivel de pensamiento, se puede argumentar que únicamente la persona que se somete a un régimen de disciplina personal, puede ejercer cabalmente la libertad. La persona que es prisionera de la gula, quien cede ante todos los deseos carnales y de otra índole, rinde el ejercicio de la libertad a los apetitos que nunca son enteramente satisfechos.
Una de las consecuencias de una vida que se rige por los diversos instructivos contenidos en la Torá, es que le permite a la persona ser el dueño de sus pasiones, evaluar una situación para luego actuar de una manera consciente y responsable de acuerdo a la convicción y no por la utilidad o conveniencia; acorde a la reflexión y no al deseo momentáneo.
Los exegetas de nuestro Pueblo expresaron este concepto al señalar que la palabra “jarut” utilizada al describir los Diez Mandamientos que fueron “jarut”: grabados, de manera permanente, sobre Dos Tablas de piedra, al hacer un cambio de las vocales, que en hebreo no están explícitos en el texto escrito, se puede dar un nuevo sentido a este vocablo. Formularon, “al tikrá jarut ela jerut”, no leas en el texto la palabra como “jarut” sino “jerut”. Propusieron que la palabra “jarut” que quiere decir “grabado” también alude a la noción de “jerut” que significa libertad. O sea, que a través del cumplimiento de los Diez Mandamientos que están grabados de manera permanente, el ser humano adquiere la libertad, la posibilidad de expresar su propia personalidad, pero siempre dentro de un marco que respete el derecho de libertad del prójimo.
Shabat Shalom ve jag Sameaj!