Rabino Efraim Rosenzweig
La lectura de las dos mañanas de Rosh Hashaná pertenece al libro de Bereshit. Bereshit es, en realidad, el génesis del Pueblo hebreo. El relato de la creación del universo sirve de marco para el inicio de la historia de la especie humana. El énfasis, sin embargo, se hace en el Pueblo que tendrá que llevar el mensaje monoteísta a la Humanidad. Aunque el Shemá Israel se convertirá en el versículo básico que transmite este ideal, la Torá estipula, a través de la matriz de las Mitzvot, cuáles son las consecuencias de la fe monoteísta. Consecuencias que tienen que ver con el comportamiento de la persona, especialmente, su relación con el prójimo.
En los primeros capítulos, la Torá insiste en el imperio de la ley, la necesidad del orden. De acuerdo con Rashí, D’os creó el universo en el primer momento del Génesis. Los seis días primordiales testimonian el orden que el Creador impuso sobre su creación, cómo ubicó cada elemento: las aguas, los astros, la vegetación, los animales y, finalmente, el ser humano. De tal manera que historia es la relación y el enfrentamiento entre ley-orden y desobediencia-caos.
La figura heroica y trágica de Nóaj simboliza la tirantez entre estos dos principios. Nóaj representa el orden, mientras que el resto de la Humanidad simboliza el caos. Nóaj es el héroe del relato del Diluvio porque es la única persona, con su familia inmediata, que D’os considera merecedora de salvación, y al mismo tiempo, digna de ser la progenitora de la nueva Humanidad que poblará el planeta. Pero Nóaj también es una figura trágica porque es incapaz de convencer, de contagiar a nadie para que siga su ejemplo. Es el testigo de la destrucción total.
Luego aparece Abraham sobre el escenario, practicando y enseñando la cualidad de Jésed: el imperativo que apunta al bienestar del prójimo como el elemento primordial en la agenda del ser humano. Los primeros versículos de nuestro texto mencionan una conversación entre el Patriarca y D’os.
Aparentemente, el contenido de este encuentro no constituye el mensaje fundamental, sino la reacción de Abraham cuando percibe que tres personas se acercan a su hogar.
Abandona la conversación para dirigirse a recibir a sus huéspedes, porque un encuentro con el Creador debe ser secundario a la práctica de Jésed: la conexión afectiva y solidaria con el prójimo.
Oriundos de la ciudad de Ur, la familia de Abraham decidió emigrar a Canaán. La ciudad de Harán fue una estación intermedia. Téraj, padre de Abraham, abandonó la misión y permaneció en Harán. Incluso durante su estadía en Harán, Abraham practicó la cualidad de Jésed: compartió con la gente su convicción acerca de la existencia de un solo D’os.
A diferencia de Nóaj, que escucha con estoica resignación la decisión Divina de cubrir totalmente con agua la faz de la tierra, cuando es informado acerca de la destrucción de Sedom y Amorá, el patriarca entabla un diálogo con D’os para implorar por la suerte de los habitantes de estas ciudades.
Cuando su sobrino Lot es atacado por los monarcas de la región, Abraham improvisa un ejército con la gente a su servicio para rescatarlo.
Por la suerte de otros, Abraham mostró su disposición a la confrontación, incluso con el Creador. Sin embargo, en el caso de la Akedá, el sacrificio de su hijo Itzjak, Abraham expresó su fidelidad incondicional a la palabra de D’os. Esta vez no protestó, ni imploró. Confiado en la justicia absoluta del Creador, se entregó por completo a la voluntad de D’os.
Mientras que para Nóaj, su integridad personal fue su máxima preocupación, el bienestar del prójimo fue el centro del interés de Abraham en una auténtica muestra de Jésed.
Porque la sociedad sólo puede tener continuidad y futuro en un entorno de Jésed que la Torá formulará con el famoso imperativo: Veahavtá lereajá kamoja, “y amarás al prójimo como a ti mismo”.
Shabat Shalom!