Rabino Efraim Rosenzweig
(Génesis 37:1-40:23)
La parashat Vaieshev que leemos en este Shabat nos empieza a relatar el drama que se desarrolla entre los doce hijos de Yaacov. Este relato ha sido objeto de numerosas obras literarias. La más conocida es, probablemente, la trilogía de Thomas Mann sobre José y sus hermanos. Nuestros capítulos de la Torá van directamente a las fricciones y roces que se crean entre este Yosef y sus once hermanos. Leemos en nuestro texto Ele toldot Yaacov, Yosef…, “estos son los hijos de Yaacov, Yosef…” Yosef es el único hijo mencionado, porque era éste con quien Yaacov mejor se identificaba. En cambio, los hermanos odiaban a Yosef, porque en su correcta apreciación, Yaacov lo amaba más que a ellos. Yosef se parecía mucho al padre: al igual que él, era un soñador y un idealista. Y, debido a sus sueños, surgen nuevas y profundas dificultades entre los hermanos. Yosef sueña que mientras ataban gavillas en el campo, su hoz se levantó en el medio y las hoces de los hermanos se inclinaron alrededor en un círculo. En un segundo sueño el sol, la luna y once estrellas se postraban ante él. Hasta el mismo Yaacov manifestó que este segundo sueño era ofensivo porque sugería que tanto él como su esposa Rajel deberían inclinarse ante Yosef. Yaacov sabía que los sueños deben ser considerados seriamente porque son expresiones auténticas y genuinas de la individualidad de todo ser humano.
Estos sueños son el motivo principal del rechazo y del odio de los hermanos hacia Yosef. En una oportunidad en que los hermanos tuvieron que alejarse para buscar pasto para el ganado, Yaacov envió a Yosef a indagar por ellos. Respondiendo a una persona del área, Yosef le dice, et ajai anojí mevakesh, “busco a mis hermanos”. Esta frase, et ajai anojí mevakesh se ha convertido en una consigna para el judío que en toda circunstancia y en cualquier ciudad del mundo solicita relacionarse con sus hermanos. Muchos miembros de nuestra comunidad llegaron durante la Segunda Guerra Mundial o unos meses después, totalmente y enajenados ante una sociedad faltos de recursos cuyas costumbres y tradiciones les eran extrañas. Pero la ambientación no les fue difícil, porque el nuevo inmigrante “buscó a sus hermanos” y encontró apoyo, ayuda y colaboración inmediata. Durante milenios, en las comunidades judías se crearon grupos de ayuda mutua, cajas de préstamo sin intereses y diversos organismos de carácter social. Aunaban esfuerzos para enfrentar la miseria y la pobreza con la que se tropezaban por doquier.
El odio hacia Yosef había adquirido grandes dimensiones y leemos en la Biblia, vayirú otó merajok, “y lo vieron desde lejos,” e inmediatamente empezó a planificarse su eliminación. En un principio decidieron matarlo y arrojarlo a un pozo para luego alegar que las fieras lo habían devorado. De tal modo, reflexionaron los hermanos, se demostraría que sus sueños eran falsos y no tenían sentido. El primogénito Reuvén, sintiéndose el más responsable de los hermanos, sugirió que Yosef fuese simplemente arrojado a un pozo librado a su propia suerte con el propósito de salvarlo luego, una vez que los ánimos se hubiesen apaciguado. Tal vez la gran enemistad hacia Yosef se debía al hecho que vayirú otó merajok, únicamente lo veían de lejos. Los hermanos nunca se habían acercado a Yosef (es posible que la personalidad, superficialmente altanera, de Yosef no permitía este acercamiento) y no pudieron apreciar la sensibilidad de su alma y sus cualidades espirituales. Los hermanos eran pragmáticos y realistas y no valoraban debidamente lo que significaban la ternura y la delicadeza de la personalidad de Yosef. De habérsele acercado y de haber intentado comprenderlo, quizás hubieran considerado que la diferencia en el carácter de Yosef no suponía maldad o enemistad hacia ellos. Tenemos la tendencia a sospechar de lo desconocido y Yosef era un extraño para sus hermanos. Cuando no comprendemos a alguien tratemos de acercarnos a él para conocerlo mejor y quizás hasta tengamos una sorpresa.
Shabat Shalom!