Trumá

By febrero 27, 2020 Parashot
28 Febrero del 2020 / 3 Adar 5780  

(Éxodo 25:1-27:19)

La parashá de este Shabat se denomina Trumá y trata acerca de la construcción del Mishkán, el Tabernáculo en el desierto que era una tienda portátil para las tareas de culto, que sirvió de santuario al Pueblo hebreo, hasta la construcción del Templo en Yerushalaim.

Desde un comienzo, el mundo había sido creado dentro de los cánones de la dialéctica; había que elegir entre opciones: el bien y el mal, lo que es ético y lo inmoral.  Había que escoger entre materia y espiritualidad. O tal vez, el ser humano tenía que aprender a sintetizar la materia con el espíritu, a convivir con elementos aparentemente antagónicos, tarea que luce lógica, porque el hombre contiene ambos elementos en su ser. El reto de la vida puede ser visto como la resolución del conflicto entre el deber y la pasión, la obligación y el pasatiempo, la Mitzvá y el llamado del deseo carnal.

La tarea fundamental del hombre de fe, es instrumentar un clima de armonía entre estos impulsos adversos.  Para la construcción del Mishkán se exigió el aporte de metales preciosos: oro, plata y cobre, lanas y cueros, todo ello con colores vívidos que contrastan con la idea de que D’os no se hace presente dentro de un marco de opulencia sino, por el contrario, dentro de un entorno de simpleza.

El donativo necesario para hacer el Mishkán obligó al Pueblo a hacer una elección. ¿Se desprendería del oro para un objetivo noble? Está claro que el aporte al Mishkán era una enseñanza acerca de la doble función de las cosas.  El avaro no puede desprenderse de su oro, es su invaluable tesoro, pero al mismo tiempo vemos que del oro se puede elaborar un candelabro que simbolice la luz del conocimiento. El Talmud y otras tradiciones abundan en el ejemplo de la lengua que puede ser un manjar delicioso cuando proviene de un animal, mientras que la lengua humana puede edificar y destruir, puede ser utilizada para enseñar o tal vez para calumniar.

En el Gan Eden,  sólo había una regla que obedecer para recordar la existencia de un solo D’os, a quien se debía adoración.

La regla era muy simple: no comer del fruto del árbol prohibido. Se confió tal vez en que el intelecto humano podía deducir, por sí solo, cuáles son las reglas o el comportamiento que conduce a la convivencia social y al desarrollo emocional y espiritual de la persona. No se menospreció el elemento material, porque el hombre está compuesto de cuerpo y alma. El intelecto humano tenía el reto de incorporar o elevar el componente material a un nivel espiritual.

La pasantía de la primera pareja en el Gan Eden fue de corta duración.  Adam y Javá fueron expulsados para que apreciaran el fruto del sudor de su frente y a través del dolor valoraran su descendencia.

Los Korbanot, los sacrificios que serían ofrendados en la Casa Sagrada tenían el propósito de “lekarev”, acercar al hombre a D’os, aproximar la materia al espíritu.  Al desprenderse de un animal, al ofrecer parte de sus bienes para la construcción del Mishkán, el hebreo que había salido de la esclavitud egipcia,  demostró que estaba dominando sus deseos, que no se inclinaba ante ellos.

El aprendizaje tuvo efecto, porque incluso después de la destrucción de ambas edificaciones del Beit HaMikdash, las diversas persecuciones y exilios tuvieron el efecto de afianzar la noción de que por encima de lo material está el ingrediente espiritual; lo que había sido acumulado en el orden material podía ser arrebatado, pero quedaba intacto o tal vez fortalecido el elemento espiritual.

 

Shabat Shalom!!!
Rabino Efraim Rosenzweig