Rabino Efraim Rosenzweig
(Éxodo 30:11-34:35)
Los hebreos habían obtenido la libertad apenas unas semanas antes, después de siglos de opresión, y estaban comprometiéndose con la Torá con escasa preparación emocional y espiritual.
No debe extrañar que, ante la primera eventualidad incierta, la mera tardanza de Moshé en descender el monte Sinaí, retornaran al ambiente idólatra de Egipto a través de la construcción de un ídolo, el Éguel Hazahav, un becerro de oro que simbolizó una deidad o tal vez se trataba de un reemplazo del ausente Moshé.
La entrega de los Diez Mandamientos fue precedida por truenos y relámpagos que anunciaron el evento histórico: la revelación directa de la voluntad de D’os a la Humanidad. De ese momento en adelante, el hombre tendría un código formal y escrito que señalaría la ruta del bienestar material, emocional y espiritual. Lamentablemente, la extraordinaria escenificación no impidió el fracaso, y por ello, tal vez, la segunda entrega de los Diez Mandamientos se realizó en un escenario modesto.
Se debe agregar, sin embargo, que para las Segundas Tablas de la Ley hubo una preparación educativa y de reflexión. Moshé pidió a D’os: “Enséñame tu Gloria para que te conozca” y D ’os le reveló Sus atributos de justicia y piedad, cualidades que forman parte de la esencia Divina. Los atributos de D’os tenían que servir de modelo para el comportamiento humano, porque tal como Él es misericordioso, así también lo debe ser el ser humano. Esta vez, un modelo de comportamiento ético sirvió de preparación para recibir nuevamente los Diez Mandamientos.
El elemento fundamental que acompañó a las Segundas Tablas de la Ley fue la revelación de un conjunto de normas adicional: la Ley Oral. D’os le había encomendado a Moshé: “Escribe…, porque de acuerdo (al pi) con estos mandamientos…”, y los jajamim interpretaron “al pi” como si fuera “al pe”, una referencia a la Torá Shebealpé, la Ley Oral. Esta vez, Moshé transmitió al Pueblo una serie de normas adicionales que aclararon muchos principios contenidos en la Torá escrita.
Cabe destacar que un milenio después, en la época de Mordejai y la reina Ester, nuestros antepasados se comprometieron nuevamente y de manera irrevocable a cumplir todos los preceptos de la Torá. Transcurridas las etapas de la conquista de la Tierra de Israel, el período de los jueces y monarcas, y la construcción y destrucción del Primer Templo de Jerusalén, el Pueblo adquirió la suficiente sofisticación y experiencia para aceptar con conocimiento de causa y responsabilidad el cumplimiento de la Torá. Existían enseñanzas adicionales que servirían de marco para la Torá. Se destaca la importancia de las enseñanzas de los primeros sabios citados en Pirkei Avot que exhortaron tres elementos: “Juzguen con deliberada conciencia, formen muchos discípulos y erijan una cerca alrededor de la Ley”.
La justicia, la transmisión de los valores a las nuevas generaciones y la protección de la Torá de quienes podrían alterar sus principios, conformaron la base que permitió una nueva aceptación consciente de la Torá en la época de Ezra, el precursor del Segundo Templo de Jerusalem. Especialmente, la reflexión y la enseñanza en las escuelas que cubrieron el mapa de la comunidad judía facilitaron la transmisión “inteligente” de los principios morales y evita- ron que floreciera la superstición y el fanatismo ciego.
En realidad, el compromiso del cumplimiento de los preceptos de la Torá es una tarea que cada generación debe renovar. Cada época produce ideas y retos que exigen una respuesta que sólo se produce a través del continuo estudio y profundización en los ideales de la Torá. La Torá contiene “verdades eternas” que deben ser traducidas y entendidas de acuerdo con la realidad intelectual y social del momento histórico.
Shabat Shalom!