(Deuteronomio 11:26-16:17)
ste Shabat leemos la parashat Ree. El ideal monoteísta constituyó una revolución teológica e intelectual para la época y, su aceptación tenía que pasar forzosamente por la eliminación de cualquier vestigio de idolatría. No se trata únicamente de suplantar una idea por otra, que en el fondo pertenecen al mismo género. Las diferencias entre estas dos visiones del Universo y de la Humanidad son diametralmente opuestas. Mientras la idolatría coloca al hombre a la merced del antojo de los dioses, el monoteísmo afirma que el D’os único, Creador del universo, ejerce su dominio a través de un conjunto de normas que reveló a la Humanidad. En el caso del monoteísmo no hay caprichos sino ley, la incertidumbre y la casualidad es sustituida por la causalidad y un conjunto de normas que conducen a la convivencia en sociedad.
Una de las Mitzvot o misiones que el Pueblo tenía que cumplir durante el período de la conquista era construir la Casa de D’os, que debía ser erigida en el lugar que el Señor señalaría. Allí se crearía un Templo que sustituiría al Mishkán que acompañó a los hebreos durante su travesía por el desierto.
¿Por qué no identifica la Torá el lugar en el cual sería construido el Templo, sino que anuncia que D’os lo mostrará en su debido momento? Rambam ofrece varias razones para ello.
Primero, para que otras naciones no instalen un Templo sobre el monte Moriá, que ya había sido consagrado por Abraham, porque allí ató a su hijo Itsjak sobre un altar como una ofrenda al Señor.
Segundo, para que el sitio no sea destruido por quienes allí habitaban, sabiendo que sería señalado para la construcción del Beit HaMikdash.
Tercero, para que las tribus no disputen la soberanía por ese lugar en el momento de la partición de la Tierra Prometida en doce sectores: uno para cada tribu de Israel. Mientras que las primeras dos razones hacen referencia a los pueblos que habitaban la región, la tercera tiene que ver con una posible debilidad del Pueblo hebreo.
Es oportuno destacar que los lugares elevados –los montes– siempre fueron preferidos por el culto a los dioses. Incluso en el judaísmo destacan los montes y las montañas en eventos cruciales. D’os le ordena a Moshé que ascienda al Har Nevó, porque desde allí podrá ver la Tierra Prometida a lo largo y ancho y allí fallecerá. Aharón fallece sobre las alturas de Hor Hahar.
La entrega de la Torá fue en un monte, el Monte Sinaí y la construcción del Templo sería sobre el Monte Moriá. Tal vez esas alturas marcan la intersección entre las plegarias humanas y las bendiciones de D’os. Mientras las plegarias se elevan, las bendiciones descienden, para finalmente encontrarse en la cima de las montañas. Podamos elevar plegarias y ser merecedores de bendiciones.
¡Shabat Shalom!