(Números 4:21-7:89)
La lectura de la Torá de este Shabat es la parashat Nasó, la segunda del sefer Bamidbar y la más larga de toda la Torá.
Los capítulos de esta semana contienen una descripción de la travesía de nuestros antepasados por el desierto. Está claro que, la movilización de un par de millones de personas exigía una logística precisa. Tres campos concéntricos fueron utilizados cuando acampaban. El círculo exterior estaba ocupado por las diferentes tribus y el círculo medio por la tribu de Leví con sus tres divisiones internas y los Cohanim.
En el centro estaba el Mishkán, que servía de residencia de la Shejiná, la Presencia de D’os. La santidad del Mishkán irradiaba por todo el campamento.
La tumá, impureza ritual, era incompatible con la santidad del campamento que se nutría de la Shejiná. Por lo tanto, se excluía de su medio a los que se habían contagiado con alguna impureza. Se consideraron varias formas de impureza, siendo la más severa la de tzaraat, la persona que mostraba una erupción sobre la piel. Los jajamim interpretaron que tzaraat, era una manifestación externa de un mal espiritual: lashón hará, la lengua malévola. Esta observación es acorde con la opinión que afirma que, hay elementos espirituales que causan las enfermedades físicas.
Tal como muchos sostienen, existe una relación entre el ánimo, la salud emocional y la salud física. La persona con tzaraat no podía permanecer en el perímetro del campamento, tenía que permanecer fuera de él cuando se acampaba. Su condición contagiaba no sólo a través del contacto personal directo, sino que se transmitía por permanencia en la misma habitación.
El zav, la persona que presentaba emisiones de líquido –la menstruación o la emisión de semen, por ejemplo– podía permanecer en el campamento externo porque su contagio era menos intenso: se transmitía sólo a través del contacto directo o cuando se ocupaba un asiento que había sido utilizado por el zav.
La persona que había estado en contacto con un difunto también adquiría la condición de tumá, pero en este caso, sólo estaba excluida del área del Mishkán. La Torá testimonia que nuestros antepasados se adhirieron estrictamente a esta reglamentación.
Durante la existencia del Beit HaMikdash, se cumplían estas mismas restricciones. Dado que el Beit HaMikdash ocupaba el lugar central del culto durante siglos, la “pureza espiritual” se convirtió en un elemento fundamental, porque la tumá impedía la participación en su entorno.
Tal vez, la Torá nos está instruyendo que la santidad y la tumá son incompatibles. Cuando tomamos en cuenta que el Pueblo judío fue seleccionado por D’os como “un Reino de Sacerdotes y un Pueblo Sagrado”, nos instruye a ser muy celosos de cualquier comportamiento inmoral que pueda chocar con nuestro cometido fundamental.
Según la Torá, una sola persona que esté en un estado de impureza ritual puede contaminar todo el campamento.
Aparentemente, el mal se propaga con rapidez y no puede haber ningún acomodo con la perversidad. Según el texto de Tehilim, “Ohavei HaShem sinú ra”, quienes aman a D’os deben odiar el mal.
Es nuestra obligación como judíos mantener nuestra pureza moral y alejarnos de la corrupción y el mal.
¡Shabat Shalom!