(Génesis 12:1-17:27)
Este Shabat aparece ante nosotros el padre de la nación Hebrea, Abraham. La Torá lo introduce con el instructivo divino: Lej Lejá, Vete para ti, y como explican algunos comentaristas la expresión se dirige a Vete para tu bien, para tu beneficio. D’os le dice a Abraham que abandone el hogar de sus padres y luego lo convertirá en el padre de una nueva Nación. No sabemos el motivo de su elección, o por lo menos la Torá no nos lo expresa explícitamente, lo mismo que con el caso de Moshé.
Por eso el Midrash entra a hablar cuando la Torá está en silencio y describe los antecedentes del patriarca. Enseña que Abraham había nacido en un hogar donde se producían ídolos y que el joven sabía que un tótem era totalmente incapaz de decidir el destino del género humano, por lo que daba rienda suelta a su inquietud espiritual. De alguna manera concluyó que el universo tenía que ser la obra de un Ser Supremo, un D’os único.
El silencio de la Torá con relación a los antecedentes de Abraham enseña tal vez que la única preparación necesaria es la audacia para el cuestionamiento de lo que es aceptado como una norma incontrovertible y estar sintonizado para escuchar la palabra de D’os. D’os se comunicó con Abraham porque éste decidió escucharlo. D’os seguramente hizo algún contacto con otras personas que desatendieron el llamado divino.
Escuchar el mensaje divino, lo que D’os tiene para decirnos es fundamental en una era de sordera espiritual como la que vivimos.
Abraham es un idealista dispuesto a romper enteramente con su pasado, a escuchar el mandato Divino para emprender una gran aventura. Porque no se trata solamente de Lej Lejá, el abandono físico del hogar paterno, también se le exige que rompa con el pensamiento de la época para que pueda embarcarse en una travesía intelectual desconocida y temeraria.
El llamado para Abraham fue Lej Lejá, para otros puede ser un instructivo diferente. El asunto es estar preparado emocional y espiritualmente para escuchar y asimilar el mandato divino y luego ser consecuente con su implementación.
Abraham romperá con la idolatría del pasado y predicará la novedosa noción de la existencia de un D’os que no es visible para los ojos, pero que puede ser interiorizado por el sentimiento, el pensamiento y la fe.
El llamado hacia una vida ética se hace a diario: lo que falta es que se escuche. El destino de la Humanidad globalizada está ligado al acatamiento de este imperativo. La grandeza de Abraham se agiganta al ver que no sólo incorporó el mensaje del monoteísmo, sino que ello va acompañado de una conducta ética asociada a esa creencia y que los humanos contemporáneos en parte hemos perdido y debemos recuperar.
¡Shabat Shalom!