(Éxodo 30:11-34:35)
E ste Shabat leemos la parashat Ki Tisá uno de cuyos temas centrales es el pecado del becerro de oro. El éguel hazahav que era un becerro de oro, fue construido a petición del Pueblo debido a que Moshé tarda excesivamente en descender del Monte Sinaí. La revolucionaria noción de un solo D’os, único e invisible a la mirada humana, no puede sobrevivir ni a un solo momento de incertidumbre. Aharón, el hermano de Moshé colabora con la muchedumbre en la elaboración de este ídolo, como una táctica dilatoria. Este episodio es trágico en extremo, porque es una demostración de la inestabilidad y de la debilidad de la fe de nuestros antepasados, que, a escasos días de la revelación Divina, retroceden al prototipo de la idolatría.
El desarrollo de este momento difícil, permite que Moshé demuestre su gigantesca personalidad y su espíritu extraordinario. Moshé es el líder y el pastor de su Pueblo. Como resultado de la adoración del “becerro” por el pueblo, D’os le advierte a Moshé que se propone destruir el “Pueblo elegido” para seleccionar otro Pueblo al que también será numeroso. Moshé reacciona entonando una súplica razonada y emocional, exclamando shuv mejarón apeja vehinajem al haraá leameja, “reconsidera Tu ira, apiádate y no le hagas mal a Tu Pueblo”. Moshé argumenta que los otros Pueblos de la tierra concluirán que D’os es impotente para llevar a Su Pueblo a la Tierra Prometida. “Recuerda a Tus siervos Avraham, Yitsjak y Yaacov, a quienes prometiste bajo juramento” continua Moshé, utilizando todos los argumentos posibles en defensa de su Pueblo, de su rebaño, el que, aunque se rebela y desobedece, sigue siendo su familia y su gente.
El Zóhar, la obra magna del mundo de la Cabalá, diferencia entre las plegarias y las súplicas de tres personajes bíblicos claves que son Nóaj, Avraham y Moshé. El Zóhar destaca que cuando Dios le participa a Nóaj que está por destruir a la humanidad y a todo ser viviente, éste reacciona con resignación y sin protesta. En ningún momento se le escucha algún reproche por la decisión Divina. En la concepción de Nóaj, aparentemente, la voluntad de D’os tiene una cualidad absoluta que no permite que el ser humano lo rete o que ponga en tela de juicio Su justicia. En cambio, sugiere el Zóhar, cuando se le informa a Avraham de la inminente destrucción de Sedom y Amorá, se desarrolla en nuestro texto una confrontación entre el hombre y su D’os. ¿Cómo es posible, cuestiona Avraham que quien juzga a toda la tierra no haga justicia? ¿Es posible que se castigue al justo simultáneamente con el malvado? En la concepción de Avraham, D’os tiene que ser correcto, aun al nivel de la limitada comprensión humana. Avraham admite que todo crimen debe recibir su castigo y si los habitantes de Sedom y Amorá son culpables de las inmoralidades señaladas, deben sufrir las consecuencias de sus acciones.
El caso de Moshé es totalmente diferente. Moshé ha presenciado con sus propios ojos el yugo de la esclavitud. La relación de Moshé con su Pueblo no es objetiva. Existe un cúmulo de experiencias comunes que los unifica.
Nos encontramos frente a un nuevo desarrollo de la relación de afecto y responsabilidad del líder por su comunidad. Para Moshé, aun cuando el Pueblo judío peca y yerra, aunque se equivoca y se desvía del camino, no cesa de ser su Pueblo. Esta idea reaparecerá en la Mishná con la máxima, Israel af al pi shejatá, Israel hu, “Israel aun cuando peca, continúa siendo Israel”.
Lejos de ser el implacable y severo conductor del Pueblo judío, Moshé revela poseer la sensibilidad del padre que comprende las fallas y las debilidades de un hijo.
Tomemos el ejemplo de Moshé que fue a la vez un líder, pastor y padre para su Pueblo.
¡Shabat shalom!