(Deuteronomio 261-29:8)
L aparashá que leemos este Shabat se denomina Ki Tavó. En sus primeros versículos, nos hace referencia a la mitzvá de Bikurim, primeros frutos que debían llevarse como ofrenda al Templo. Es una de las mitzvot que no tiene una cantidad especificada en la Torá respecto a cuanto debía llevarse al Templo. Al entrar al huerto, se debían inspeccionar los árboles y se amarraba una cinta sobre los primeros frutos, (incluso si todavía no están maduros), separándolos de esta manera, para que formen parte de los bikurim. Uno mismo debía traer los bikurim a Yerushaláyim y no enviarlos a través de un mensajero. El Cohén que recibía los bikurim, podía consumirlos únicamente en Yerushaláyim.
La tradición consistía en colocar la cesta sobre el hombro y según la Mishná, hasta el mismo rey Agripas lo hizo, cargando él mismo los bikurim una vez en el Har haBáyit, el Monte del Templo, hasta el interior del Beit HaMikdash. La cesta era presentada al Cohén al mismo tiempo que se repetían unos versículos conocidos como vidui, que quiere decir confesión. Este vidui debía recitarse en hebreo y a su conclusión se colocaba la cesta al lado del altar.
La Torá ordena que, para la ceremonia de los bikurim, veanita veamartá, deba alzarse la voz y recitar, aramí oved aví, recordando que nuestro patriarca Yaacov había sido un arameo errante antes de bajar a Egipto.
Nuestros sabios insisten en que las instrucciones de la Torá son válidas para todas las épocas y el texto original se debe repetir. Siglos después, cada uno se presentará delante del Cohén recitando igualmente, aramí oved aví…, vayareu otanu hamitzrim vayeanunu, “Un arameo errante era mi padre…, pero los egipcios nos maltrataron” (Deuteronomio 26:5-6). Esta afirmación implica que aún persiste, en cada persona, el sentimiento de haber sido maltratado por los egipcios, no obstante, los muchos siglos que nos separan de esa época.
La noche del séder, recitamos en la Hagadá, be jol dor vador jayav adam lirot et atzmó keilu hu yatzá mimitzráyim, que quiere decir que en cada generación cada persona debe considerar como si él mismo hubiese participado en el éxodo de Egipto.
La historia (religiosa e ideológica) del Pueblo judío no consiste en un análisis de hechos y de pensamientos que pertenecen al pasado, y que tienen posible influencia sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro.
Nuestra historia pasada es parte integral de nuestro presente.
Nunca permitimos que Israel perteneciera exclusivamente al relato de las hazañas de otros tiempos. El exilio fue un hecho físico real. Pero idealmente, nunca abandonamos esa tierra.
Al leer de la Torá los textos de miles de años atrás, renovamos a diario nuestra relación con nuestro pasado y lo hacemos presente rompiendo las barreras del tiempo y del espacio.
¡Shabat Shalom!
Rabino Efraim Rosenzweig