(Números 19:1-22:1)
En la parashá de este Shabat, la parashat Jukat, se menciona que el Pueblo una vez más se quejó de la comida en el desierto y en especial del man que les llegaba a diario del cielo, del que manifestaron estar ya fastidiados.
Ante ello, D’os castigó al Pueblo con serpientes que los mordían y provocaban una gran mortandad entre el Pueblo.
Debido a la presencia de esas serpientes, el Pueblo se arrepintió de su accionar y se dirigió a Moshé en busca de ayuda. Moshé, entonces oró ante el Eterno por las serpientes en el desierto. D’os le indicó a Moshé que erigiera un poste sobre el cual colgó una Serpiente de Cobre y la persona que dirigía su vista a esta serpiente se curaba del veneno de la mordida que había recibido.
Este episodio es enigmático, porque la utilización de la “Serpiente de Cobre” contradice el desdén manifestado por la idolatría. Sensible a esta aparente dificultad, el Talmud insiste que la cura de la mordida resultaba de elevar la vista hacia el cielo, hacia “Nuestro Padre en el Cielo” y no hacia la “Serpiente de Cobre”.
Aparentemente, esta Serpiente de Cobre fue guardada, junto con el recipiente con Maná en el Beit HaMikdash, como recuerdos de los milagros ocurridos durante la travesía por el desierto.
Cuando el rey Jizquiahu se empeñó en desterrar todo vestigio de idolatría, destruyó la Serpiente de Cobre, porque estaba siendo adorada tal como si fuera un ídolo. Prefirió destrozar la imagen, no obstante, el peligro que se olvidara el milagro que se produjo a través de este objeto.
Lo cierto es que D’os hace milagros a diario, para que la humanidad pueda sobrevivir. Especialmente durante los cuarenta años de travesía por el desierto después del éxodo de Egipto, los hebreos pudieron arribar finalmente a la Tierra Prometida, únicamente por la intervención milagrosa y constante de D’os. Tanto el pan que comieron en la forma de Man (maná) como el agua que brotaba por el mérito de Miriam, provenían en forma milagrosa directamente de D’os.
El Talmud enseña que la persona no debe confiar en el milagro, debe conducir su vida por el sendero de la rectitud y la mitzvá, comportamiento que produce de manera natural la buenaventura. Tal como enseña el Shemá Israel, incluso la naturaleza responde con abundantes lluvias para la cosecha, como consecuencia del comportamiento humano. Por otro lado, el individuo no puede dar por sentado su derecho a la vida, que en última instancia es el resultado del Jésed, la misericordia del Creador.
Por eso es que apenas abrimos los ojos debemos agradecer al Todopoderoso, por todos los milagros que realiza a diario para todos nosotros, incluso el mismo abrir los ojos de la mañana que es como un despertar a la vida que D’os nos entrega a diario.
¡Shabat Shalom!
¡Shabat Shalom!