By enero 29, 2020 febrero 13th, 2020 Parashot
31 enero del 2020 / 5 Shevat 5780  

(Éxodo 10:1-13:22)

Cada una de las plagas que castigaron a los egipcios tenian un triple propósito. Primero, ablandar el “corazón duro” del faraón. Segundo, convencer a los hebreos de que valía la pena abandonar la “seguridad” relativa de la esclavitud por la incertidumbre y el peligro que enfrentarían en el desierto, y por último, lograr que Moshé y Aharón se sintieran cada día más seguros de su liderazgo.
Esta parashá que leemos en este Shabat Bó nos habla de las tres últimas plagas, langostas, oscuridad y la muerte de los primógenitos.
La primera plaga, la sangre, fue aleccionadora, porque enseñó que el Creador dominaba toda la naturaleza y no había fuerza que se le pudiera oponer. Que el rio Nilo no era una divinidad, y que D’os estaba por arriba de ellas. Y así sucesivamente con las otras plagas, hasta llegar a la décima: la muerte de los primogénitos, que afectó directamente a la corte del faraón. Su primogénito también murió en esa ocasión.
Las tres últimas plagas son mencionadas en esta parashá. La penúltima plaga fue la oscuridad. El sol dejó de alumbrar para los egipcios durante tres días, mientras que los hebreos gozaban de la plenitud de la luz en sus residencias. Rabí Baruj Epstein, el autor de Torá Temimá, en ese extraordinario comentario sobre la Torá sugiere cómo se debe entender esta plaga. No se debe olvidar que después del Mabul, el diluvio, D’os prometió que no se haría cambio alguno en el orden de los días, la luz sería seguida por la oscuridad, con regularidad, porque incluso los astros y las estrellas tenían que obedecer la voluntad de D’os. ¿Cómo se puede explicar el fenómeno de la oscuridad? ¿Acaso el sol dejó de alumbrar por un período de setenta y dos horas?
Más aún, el Midrash afirma que la oscuridad tenía “espesor”, no permitía movimiento humano alguno: las personas permanecieron “congeladas” en sus respectivos lugares durante ese período. El autor de Torá Temimá sugiere que D’os no modificó el comportamiento del sol: el fenómeno consistió en una especie de membrana que tapó los ojos de los egipcios y, por ello, se vieron envueltos en la oscuridad.
El “espesor” de la membrana es una probable alusión al “espesor” de las membranas que les impidieron ver.
Se debe deducir que la oscuridad, el equivalente de la ignorancia y la intolerancia, no son resultado de la ausencia de luz en el universo. La desconfianza y el temor por lo desconocido, el odio y el rechazo hacia el prójimo son el producto de la ceguera individual. Cuando se permite que el odio y el resentimiento, la antipatía y la venganza se apoderen del ánimo de la sociedad, se crea una membrana que oculta la luz y permite que aflore la enemistad que conduce a la agresividad.
Tal como la libertad que se obtuvo con el éxodo de Egipto tiene que ser renovada en cada generación –y por ello fuimos encomendados a celebrar el Séder y recordar la amargura de la esclavitud–, de igual manera debemos recordar que hay plagas externas que azotan a la humanidad, pero que las más perversas son las que cultivamos personalmente, las que brotan de la intolerancia y enemistad, cuando dejamos de observar el Veahavtá lereajá kamoja(Levítico 19:18), cuando no amamos al prójimo como a uno mismo, el “gran principio” de la Torá de acuerdo con Rabí Akivá.

Shabat Shalom!!!
Rabino Efraim Rosenzweig