Rabino Efraim Rosenzweig
(Levítico 21:1- 24:23)
El texto de la primera parte de nuestra parashat Emor, está dedicado a una serie de leyes que son pertinentes al Kohén. La Torá insta al Kohén mantenerse ritualmente puro, para poder participar en todo momento, en los servicios del Beit HaMikdash. Por lo tanto, no debe tener contacto directo con un cadáver, ni con cualquier ser u objeto cuya cercanía puede resultar en su calificación de Tamé que significa la impureza ritual.
Una de las consecuencias de la destrucción del Templo de Jerusalem es la pérdida de la autoridad e importancia del Kohén dentro del ámbito del culto. En ausencia de los sacrificios, para los cuales su figura era indispensable, surge ahora la figura del rabí, el maestro y erudito de las leyes. Pero aun en la época del Templo se observaba una dualidad de propósitos o, incluso, cierta rivalidad, entre la casta de los Kohanim, representada por el grupo denominado los Tsedukim que son los Saduceos y los grandes expositores y maestros de la tradición, los Perushim que son los Fariseos. No conocemos con certeza el origen de esta nomenclatura. Es posible que el sacerdote Zadok dé origen a la palabra Tsedukim, mientras que la palabra Perushim hace referencia al hecho de que sus adeptos e integrantes eran grandes Parshanim, que quiere decir expositores e intérpretes de las Escrituras.
Los Tsedukim se consideraban los guardianes autorizados de la ley y se regían por las tradiciones y las interpretaciones que guardaban celosamente y que consideraban de su exclusiva competencia. Los Perushim, en cambio, aunque se aferraban a los principios hermenéuticos (reglas para la interpretación de las Sagradas Escrituras), permitían una mayor participación del intelecto individual. Los Tsedukim se consideraban los poseedores de toda la verdad, mientras que los Perushim, por su condicionamiento dialéctico, confiaban en su metodología para la búsqueda de esa verdad. Los Tsedukim se apoyaban, generalmente, en el sentido literal de la palabra de la Torá y los Perushim se dedicaban a la investigación y a la búsqueda de algún significado más profundo del mensaje Divino.
Mientras la discusión se situó en el plano académico, ésta se desenvolvía de acuerdo con el espíritu de la tradición judía que permite la amplitud de criterios, promueve la investigación y estimula las discusiones intelectuales. Pero cuando la polémica se traduce en un comportamiento alternativo, entonces, existe la probabilidad de que la discusión se convierta en causal de fisuras y de posibles divisiones. Por ejemplo, en nuestra lectura semanal, la Torá nos instruye que hay que contar siete semanas entre Pésaj y Shavuot. Shavuot es la única festividad que carece de fecha en nuestro calendario. Depende exclusivamente del día de la celebración de Pésaj, que es el quince del primer mes Nisán. Al término de siete semanas después de Pésaj, se celebra Shavuot. La discusión se centró en el día exacto cuando se empieza la cuenta de estas siete semanas. La Torá reza, Usefartem lajem mimojorat haShabat, “y harán su conteo con el día siguiente del Shabat”. La controversia giró alrededor del significado de la palabra Shabat.
Para los Tsedukim el vocablo Shabat tiene el significado único del séptimo día de la semana. Los Perushim argumentaron que una festividad también recibe el calificativo de Shabat y dado que el contexto de nuestra cita es la festividad de Pésaj, en este caso Mimojorat haShabat quiere decir el día siguiente a Pésaj. Ahora bien, si el primer día de Pésaj coincide con un martes, por ejemplo, de acuerdo con los Perushim se empieza a contar las siete semanas el miércoles para llegar a la celebración de Shavuot que se realizaría el cincuentavo día. Pero de acuerdo con los Tsedukim se comenzaría a contar recién el domingo siguiente. De este modo habría una diferencia de cuatro días entre las dos celebraciones, lo que significa una discrepancia en las opiniones.
Concluimos nuestras reflexiones, señalando que el judaísmo siempre propició un clima de libre pensamiento en un ambiente de cuestionamiento constante respecto a las ideas reinantes en las diferentes épocas. Pero, al mismo tiempo, insistió en cierta uniformidad en el comportamiento diario, en la Halajá lemaasé, en las normas de acción y de esta manera se pudo mantener durante siglos una continuidad histórica de la identidad judía. Esto se hizo, aunque carecíamos de tierra propia y dispersos en los confines del globo.