Ki Tisá

By febrero 29, 2024 Parashot
1 marzo de 2024 / 21 Adar I 5784

Rabino Efraim Rosenzweig

(Éxodo 30:11-34:35)

 

Comienza relatándonos la orden de realizar un censo. El censo de nuestros antepasados en el desierto se llevó a cabo a contando las monedas. A cada uno se le exigió un aporte de majtzit hashékel y de esta manera se pudo determinar fácilmente la población total de nuestro Pueblo. Se sumó el dinero y el total de los shekalim dividido por la mitad arrojó el número de hebreos. Los jajamim señalan que este aporte de majtzit hashékel fue exigido tres veces. Para la construcción general del Mishkán, que era el tabernáculo del desierto; para los adanim, que son los cuencos que se utilizaron para armar el mismo; y para la adquisición de los animales para el sacrificio diario.

 

La contribución de majtzit hashékel, la mitad de un shekel (el nombre de la actual unidad monetaria del Estado de Israel) alude al hecho que cuando uno contribuye a alguna causa no puede aspirar a terminarlo todo. El máximo aporte es majtzit, la mitad, porque se requiere usualmente el concurso de personas y factores adicionales. Además, la palabra majtzit sugiere que uno nunca esta al día con sus contribuciones. Por más que uno aporte, apenas puede alcanzar a una mitad de las posibilidades. Es interesante notar que la palabra utilizada en nuestro texto es venatenú, “y darán”, que en el original hebreo se puede leer igualmente tanto de derecha a izquierda, como de izquierda a derecha. Este hecho es muy ilustrativo del hecho que uno recibe en la medida que uno otorga.

 

Gran parte de las relaciones humanas, tales como la amistad, fraternidad, el amor, son proporcionales a esta interdependencia y el intercambio de los sentimientos entre las partes, que deben actuar en ambos sentidos. Por último, el hecho que los sacrificios diarios eran adquiridos a través de esta contribución pública, hacía que todos participaran del culto en igualdad de condiciones.

 

Tema central de nuestra lectura es la construcción de un éguel hazahav que es un becerro de oro, debido a que Moshé tarda excesivamente en descender del Monte Sinaí.  La revolucionaria noción de un solo D’os, único e invisible a la mirada humana, no puede sobrevivir ni a un solo momento de incertidumbre. Aharón, el hermano de Moshé, colabora con la muchedumbre en la elaboración de este ídolo, como una táctica dilatoria ¿(o, tal vez, aprovecha la desaparición de su hermano y se propone asumir el mando accediendo al deseo popular)? Este episodio es trágico en extremo, porque es una demostración de la inestabilidad y debilidad de la fe de nuestros antepasados, que, a escasos días de la revelación Divina, retroceden al prototipo de la idolatría. Rambán y otros comentaristas sugieren que el “becerro” no es más que una representación física de Moshé, porque al reaparecer este último, cesa rápidamente toda nostalgia por la idolatría que reinaba por doquier en Egipto.

 

El desarrollo de este momento doloroso, permite que Moshé demuestre su gigantesca personalidad y espíritu extraordinario.  Moshé es el éved Hashem, el sirviente de D’os, por excelencia.  Pero igualmente es el líder y el pastor de su pueblo. Como resultado de la adoración del “becerro” por el pueblo, D-s le advierte a Moshé que se propone destruir el “Pueblo elegido”, para seleccionar otro pueblo al que también será numeroso.  Moshé reacciona entonando una súplica razonada y emocional, exclamando shuv mejarón apeja vehinajem al haraá leameja, “reconsidera Tu ira, apiádate y no le hagas mal a Tu Pueblo”. Moshé argumenta que los otros pueblos de la tierra concluirán que D’os es impotente para llevar a Su Pueblo a la Tierra Prometida. “Recuerda a Tus siervos AbrahamItzjak y Yaacov, a quienes prometiste bajo juramento” continua Moshé, utilizando todos los argumentos posibles en defensa de su Pueblo, de su rebaño, el que, aunque se rebela y desobedece, sigue siendo su familia y su gente.

 

El Zohar, la obra magna del mundo de la Kabalá, diferencia entre las plegarias y las súplicas de tres personajes bíblicos claves que son Nóaj, Abraham y Moshé. El Zohar destaca que cuando D-s le participa a Nóaj que está por destruir a la humanidad y a todo ser viviente, éste reacciona con resignación y sin protesta. En ningún momento se le escucha algún reproche por la decisión Divina. En cambio, sugiere el Zohar, cuando se le informa a Abraham de la inminente destrucción de Sedom y Amorá, se desarrolla en nuestro texto una confrontación entre el hombre y su D’os. ¿Cómo es posible, cuestiona Abraham que quien juzga a toda la tierra no haga justicia? ¿Es posible que se castigue al justo simultáneamente con el malvado?

 

El caso de Moshé es totalmente diferente. Moshé ha presenciado con sus propios ojos el yugo de la esclavitud. Tiene que huir del palacio del Faraón por haber defendido, con sus manos, una de las injusticias que se cometían contra su pueblo. Moshé tiene que luchar contra la “dureza del corazón” del Faraón, pero igualmente tiene que vencer la apatía de su pueblo y su reticencia a enfrentar un futuro de interrogantes e inestabilidad en el desierto. A cada momento recordarán que, si en Egipto había seguridad y abundante comida, cuál era entonces la finalidad de ser conducidos a morir en el desierto. ¿No había suficientes sepulturas en el país de las grandes pirámides y de la adoración de los muertos? La relación de Moshé con su Pueblo no es objetiva. Existe un cúmulo de experiencias comunes que los unifica.

 

Lejos de ser el implacable y severo conductor del Pueblo judío, Moshé revela poseer la sensibilidad del padre que comprende las fallas y debilidades de un hijo.  Recrimina a este hijo, pero eventualmente perdona, porque jamás deja de quererlo.   Lo ama incluso en los momentos cuando está más alejado y ha abandonado las enseñanzas paternas, porque un padre nunca deja de abrigar la esperanza, que transforma en convicción, del retorno del hijo al sendero de la moralidad.

 

Shabat Shalom!