Rabino Efraim Rosenzweig
(Deuteronomio 26:1-29:8)
En la parashat Ki Tavó se menciona la mitzvá de los Bikurim. Mientras que el hombre ara y siembra, cuida y riega, en última instancia quien induce a la tierra para que brinde su fruto es únicamente D’os. En reconocimiento de este hecho instruyó que se hiciera la ofrenda de los primeros frutos para el Cohén, durante una ceremonia en la cual el agricultor tenía que reconocer que no sólo el producto de la tierra sino el desenvolvimiento de los hechos históricos responde a la voluntad de D’os. ¿Acaso D’os no los había liberado de la esclavitud egipcia? Al escuchar el gemido de su dolor, rompió las cadenas de su servidumbre.
La entrega de los primeros frutos, Bikurim, debe ser un momento de Simjá, alegría espiritual, que se produce cuando se comparte con el Leví a quien no se le asignaría una porción durante el reparto de las tierras, y el extranjero, que tampoco podía poseer la tierra, ya que ésta sería dividida para siempre entre las tribus después de la conquista. La enseñanza es clara: no se puede tener Simjá auténtica, mientras el vecino padece de hambre. Se alcanza el estado de Simjá solamente cuando se comparte con el menos afortunado.
Aunque el Pueblo hebreo recibió la Tierra de Israel por decisión divina, virishtá veyashavta ba: para heredarla, tenía que habitarla. El Pueblo hebreo estaba entrando en una´ segunda etapa de su historia nacional. Tanto durante el éxodo de Egipto como en la revelación en el monte Sinaí, el Pueblo había tenido un rol pasivo. La promesa había sido Hashem ilajem lajem veatem tajarishún: D’os librará la batalla mientras ustedes permanecen en silencio. Ahora los acontecimientos tomaban otro rumbo: el Pueblo tenía que hacer para heredar la tierra, tenía que tomar posesión de ella y defenderla de sus posibles enemigos.
La Tierra Prometida no tenía solamente una ubicación geográfica específica. Israel tenía coordenadas espirituales con características sociales de avanzada. La décima parte del producto nacional tenía que ser aportada anualmente para el sustento de la tribu de Leví y los pobres que siempre existen en la sociedad. Si sumamos el diezmo que tenía que recogerse durante las festividades de Shavuot, Sucot y Pesaj, el aporte llegaba a sumar veinte por ciento. La viuda, el huérfano y el extranjero también tenían que gozar de la abundancia de la tierra, y solamente entonces habría Simjá.
Et Hashem heemarta, el Pueblo hebreo había escogido a D’os, hecho que se traducía en Laléjet biderajav, transitar por Su camino, Lishmor jukav umitsvotav umishpatav, cuidar Sus ordenanzas (incluso cuando no las comprendemos), sus instructivos y dictámenes. Por otro lado, VaHaShem heemirjá: D’os te apartará para Él, para ser su Pueblo escogido y convertirte en Am Kadosh LaShem, un Pueblo consagrado para D’os.
Está claro que la elección del Pueblo judío está condicionada por su comportamiento. El cumplimiento cabal de las mitzvot conduce a la elección divina.
Shabat Shalom!