Rabino Efraim Rosenzweig
(Números 19:1-22:1)
La parashá de este Shabat Jukat, nos trae diversos temas. Uno de ellos es el de las serpientes venenosas que atacaron al Pueblo como castigo, por rebelarse una vez más en el desierto contra Moshé por falta de agua y comida.
El Pueblo ruega entonces a Moshé que la salve de esa plaga.
Debido a la presencia de serpientes en el desierto, Moshé erigió un poste sobre el cual colgó una Serpiente de Cobre y la persona que dirigía su vista a esta serpiente se curaba del veneno de la mordida que había recibido. Este episodio es enigmático, porque la utilización de la “Serpiente de Cobre” contradice la prohibición manifestada por la idolatría. Sensible a esta aparente dificultad, el Talmud insiste que la cura de la mordida resultaba de elevar la vista hacia el cielo, hacia “Nuestro Padre en el Cielo” y no hacia la “Serpiente de Cobre”.
Aparentemente, esta Serpiente de Cobre fue guardada, tal como el recipiente con Maná en el Beit HaMikdash, como recuerdos de los milagros ocurridos durante la travesía por el desierto.
Los milagros por un lado pueden considerarse como una manifestación de fuerzas eternas ocultas que periódicamente surgen en la naturaleza, pero también podrían ser vistos como una expresión del potencial infinito del Creador
Cuando el rey Jizquiyá se empeñó en desterrar todo vestigio de idolatría, destruyó la Serpiente de Cobre, porque estaba siendo adorada tal como si fuera un ídolo. Prefirió destrozar la imagen, no obstante, el peligro de que se olvidara el milagro que se produjo a través de este objeto.
De acuerdo con Samson Raphael Hirsch, comentarista del siglo XIX, este episodio sirve para destacar la idea de que Dios hace milagros a diario, para que la Humanidad pueda sobrevivir. Especialmente durante los cuarenta años de travesía por el desierto después del éxodo de Egipto, los hebreos pudieron arribar finalmente a la Tierra Prometida, únicamente por la intervención milagrosa y constante de D’os. Tanto el pan que comieron en la forma de Man (maná), como el agua que brotaba por el mérito de Miriam, provenían en forma milagrosa directamente de D’os.
El Talmud enseña que la persona no debe confiar en el milagro, debe conducir su vida por el sendero de la rectitud y la mitzvá, comportamiento que produce de manera natural la buenaventura. Tal como enseña el Shemá Israel, incluso la naturaleza responde con abundantes lluvias para la cosecha como una consecuencia del comportamiento humano. Por otro lado, el individuo no puede dar por sentado su derecho a la vida, que en última instancia es el resultado del Jésed, la misericordia del Creador.
¡Shabat Shalom!