Rabino Efraim Rosenzweig
(Deuteronomio 32:1-52)
La parashat Haazinu es fundamentalmente una poesía que recita Moshé al final de sus días. Moshé utiliza el poema para expresar lo que la prosa no permite.
Es el momento antes de su muerte, hora apropiada para un paseo recordatorio de los sucesos de antaño. Instruye, “Zejor yemot olam”, “recuerda los días del pasado”, o tal vez los días de la eternidad, aprende de la historia para entender mejor qué es lo que D’os espera del Pueblo. En Shemot se había recibido la instrucción de contar a la descendencia cuáles fueron los sucesos que ocasionaron el éxodo de Egipto. En esa ocasión, la Hagadá, el recuento será para el beneficio de los hijos de quienes salieron de Egipto, las nuevas generaciones. En esta oportunidad, Moshé considera que el contenido de la Hagadá, la memoria histórica del Pueblo no es una respuesta a una pregunta, sino la indispensable herramienta para entender el presente y poder hacer preparativos para el futuro.
Contrasta el desarrollo de la historia humana, con sus vaivenes, debilidad y fortaleza, obediencia y desobediencia, lealtad y traición, frente a la inmutable voluntad del Eterno, que dio vida a toda criatura sobre la faz de la tierra.
En un principio, D’os creó un solo hombre, Adam, pero su descendencia fue heterogénea, con marcadas diferencias de pensamientos y creencias. De allí nació la diversidad que, lamentablemente, incluyó el abandono de la fe en un solo D’os.
La respuesta Divina al yerro de la Humanidad –por apartarse de la tradición de sus ancestros al introducir una seductora idolatría– fue la creación del pueblo hebreo. Ocurrió la selección de una nación para que fuera el estandarte que sirviera de ejemplo para la humanidad. Concluyó en un Brit, un pacto con este Pueblo que es inmutable, eterno.
Incluso cuando el Pueblo se desvía del sendero, viene el castigo, más nunca el rompimiento. Siglos más tarde, el profeta Oshea hará una comparación. Sugiere que la relación entre D’os y el Pueblo hebreo es similar a la del esposo con la esposa. En el caso humano, cuando ocurren diferencias y disputas, el divorcio puede ser una alternativa. En el caso de D’os con el Pueblo hebreo se trata de Veerastij li leolam, una relación que tiene permanencia es por siempre.
La relación que D’os estableció con el Pueblo judío incluye una correspondencia especial con la Tierra Prometida, la tierra que Moshé no conquistará. La misma tierra que el Creador había prometido a Abraham, ahora será repartida entre las doce tribus como una herencia eterna. Entre las cualidades extraordinarias de la Tierra de Israel está su poder de redención, tal como reza la Torá: Vejiper admató amó, la tierra expiará por su Pueblo. Por ello, muchas personas desean ser enterradas en Israel.
De acuerdo con el Talmud, el entierro en Israel es tal como si el cuerpo del fallecido estuviera bajo el Mizbéaj, el altar del Beit HaMikdash, el lugar del sacrificio, elemento necesario para la obtención del perdón Divino. Por ello, Iaacov insistió: Al na tikbereni beMitzráim, no me entierres en Egipto. Con ello quiso asegurar que sus restos físicos serían trasladados a la tierra de los patriarcas.
Incluso Yosef, que se había integrado a las filas de la monarquía egipcia, exigió ser enterrado en Israel. En efecto, según la tradición, mientras los hebreos solicitaban préstamos de enseres de los egipcios antes del éxodo, Moshé se ocupó de los restos del fallecido Yosef.
Los hebreos que consideraron a Egipto como su residencia permanente desaparecieron del mapa de la historia.
Quienes participaron en el éxodo sabían que el futuro estaba en la Tierra que D’os había prometido a los patriarcas.
Ahora, después de cuarenta años de travesía por el desierto, con el documento fundamental en la mano, la Torá con la palabra revelada de D’os y las explicaciones y enseñanzas constantes de Moshé, el gran líder carismático del Pueblo, estaban preparados moral y espiritualmente para la culminación de su proyecto nacional-religioso, que sólo podía concretarse en Éretz Israel.
Shabat Shalom!