Rabino Efraim Rosenzweig
(Levítico 25:1-27:34)
Este shabat leemos dos parshiot que marcan el final del tercer libro de la Tora Levítico o Vaikrá. A diferencia de las costumbres de la época, la Torá afirma que los hebreos no deberían ser esclavos de otras personas sino siervos de D’os que los liberó de la esclavitud egipcia. Tomando en cuenta que el éxodo de Egipto era tan sólo el primer paso de un proceso que incluiría la revelación en el monte Sinaí y culminaría con la conquista de la tierra de Israel, incluso así la tierra le pertenece a D’os.
Por ello, las leyes de Shemitá(7° año sabático) y Iovel (año 50 o Jubileo) instruyen que la tierra debe “descansar” cada siete años: después de tal período se debe declarar el “año jubilar”, en el cual las tierras deben ser devueltas a sus dueños originales. Porque en última instancia, el Creador es el dueño de las tierras, es quien las dota de energía para que broten los alimentos de sus entrañas. Al dejar de utilizar la tierra mediante los trabajos agrícolas, el hombre reconoce que quien posee la tierra es otro. Es D’os. Durante los períodos de “descanso”, el producto de la tierra estaba destinado a los pobres y a los animales, de acuerdo con el instructivo de D’os, el Creador de las tierras.
Los años de Shemitá y Iovel servían para “igualar” la sociedad, porque tanto ricos como pobres podían alimentarse libremente de los frutos que brotaban de la tierra.
Incluso las deudas de los pobres eran perdonadas para que pudieran empezar de nuevo, sin carga alguna del pasado. Durante el año jubilar, en particular, todos los esclavos eran liberados y podían rehacer sus vidas, sin desventaja frente a su prójimo.
Cuando Avraham desea adquirir una propiedad que pueda servir de descanso para los restos mortales de su esposa Sara, el patriarca se auto califica como Guer vetoshav, “extraño y residente”. Esta expresión alude al aspecto transitorio del individuo, quien por un lado desea adquirir la tierra como una propiedad personal, pero al mismo tiempo está consciente de su transitoriedad en el tiempo y sabe que el único dueño permanente de las tierras es el Creador.
Cuando los recursos de la sociedad dependen básicamente de la agricultura y ganadería, las leyes de Shemitá y Iovel sirven para nivelar las diferencias económicas y sociales. Se impide también la transferencia permanente de las tierras, de tal manera que la división original de la Tierra de Israel entre las doce tribus se pudo mantener por muchos años. Este hecho está reflejado en el episodio de las hijas de Tselofjad, a quienes Moshé aconsejó que se casaran con hombres pertenecientes a su tribu, de tal manera que la herencia de Tselofjad no pasara a otra tribu.
Hay dos episodios en los libros bíblicos de Rut e Irmiahu, en los cuales sale a relucir la devolución de las tierras a sus dueños originales. Irmiahu se interesa por las tierras de Anatot no obstante su cercanía a Ierushaláyim, que estaba sitiada. Fue una demostración de su confianza y fe en que la ciudad sagrada volvería a su gloria anterior. Mientras en el libro de Rut, el matrimonio de esta viuda con Boaz está relacionado con las tierras que había heredado de su primera suegra, Naomi. La familia había empobrecido y Boaz aportó los recursos para redimir las tierras y asegurar que estas permanecieran en el seno de la misma familia.
La sociedad actual es muy competitiva, estimula el enriquecimiento y produce grandes diferencias económicas. Algunos sectores prosperan mientras que otros no avanzan, o más bien retroceden materialmente, de tal manera que la brecha entre estos grupos sociales se profundiza. Por un lado, el avance de la sociedad, en todos los campos, depende del empeño y el trabajo, tanto intelectual y espiritual, como material de sus integrantes, y, por otro lado, las diferencias estimulan el celo y la envidia que conducen al antagonismo y al conflicto.
La Torá utilizó las leyes de Shemitá y Iovel para aminorar el avance de estas diferencias. El mundo moderno aún no ha creado un sistema que sirva de aliciente y estímulo para el desarrollo, y que también frene la brecha entre los que tienen de todo y quienes carecen de casi todo, sin por ello desmerecer el esfuerzo individual que lleva a la riqueza.
Shabat Shalom!