(Levítico 25:1-27:34)
Este Shabat leemos dos parshiot de la Tora: Behar y Bejukotai. De esta manera finalizamos la lectura del tercer libro de la Tora el sefer Vaikra.
En la parashát Behar, se destaca la obligación de dejar descansar la tierra cada siete años. Haciéndose eco, tal vez, de los seis días de la Creación, la Torá ordena que la tierra también tenga derecho a un descanso periódico, según el cual el día es sustituido por el año, dado que la siembra y la consecuente cosecha son procesos que exigen meses y no días.
Consciente del beneficio para la agricultura, Maimónides argumenta en su Guía para los Perplejos que el propósito de la Torá al exigir que la tierra “descanse” cada siete años, es resguardar su productividad para que la cosecha sea más abundante. Es conocido que la tierra sufre de un marcado agotamiento cuando no se permite su “descanso”.
No obstante, muchos otros comentaristas argumentan que, a partir de la premisa de que la Torá no es un manual de agricultura, no se puede inscribir esta ordenanza que prohíbe la siembra en el séptimo año dentro de un marco de leyes cuyo objetivo sea la protección de la “salud” de la tierra.
El objetivo de la mitsvá tiene que ser el bienestar del ser humano, su finalidad debe ser la elevación espiritual del individuo para encauzarlo por un sendero de rectitud. El beneficio agrícola es un corolario, el sujeto del teorema es el hombre, su relación con el prójimo, su dependencia del Creador.
Según el Midrash, la desobediencia de este instructivo, Shemitá, produce el exilio. La tierra “vomita” a quienes la explotan y expulsa a los que no la dejan descansar. La consecuencia del exilio es que se ausenten quienes aren la tierra para depositar las semillas que a su vez obliguen a la tierra a “trabajar”. El exilio permite que la tierra “descanse”.
El año de Shemitá también puede interpretarse como una devolución simbólica de la tierra que es pertenencia de Dios, el Creador del universo. La noción de posesión de la tierra es problemática porque, generalmente, la adquisición de un objeto se realiza a través de una mejora que se practica sobre una materia prima. La persona se adueña del fruto del árbol al arrancarlo de la rama, o tal vez por haberlo sembrado y cuidado.
¿Acaso es posible adquirir una hectárea sin haberla trabajado? En realidad, la tierra es del Señor. Nos posesionamos de ella cuando aramos, sembramos, cuidamos y cosechamos.
Pero en realidad, el único dueño de la tierra es D’os. La Shemitá nos obliga a recordar, periódicamente, que podemos gozar del usufructo que es el fruto de nuestra labor, pero quien dota la tierra con una energía interior, la cual permite que crezcan los árboles y los arbustos, las verduras y los granos que nos sustentan, es el verdadero amo y señor de la tierra: el Creador.
¡Shabat Shalom!